Somos lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros.
Jean Paul Sartre
El presente artículo intentará dilucidar a partir de casos particulares pero muy representativos cierta tendencia o generalidad de efectos del discurso hegemónico sobre roles de género. Para ello, se hará una pequeña introducción conceptual de los términos con que trabajaremos, episteme y discurso.
Estos términos son usados por Foucault a través de su obra, en las cuales les da un particular uso. Episteme se esboza en el libro arqueología del saber como las condiciones históricas de posibilidad de un saber, lo cual es un conjunto de elementos que en determinada época son los que posibilitan la creación de saberes, conceptos o discursos, de manera amplia, modos de conocer, pensar y vivir en el mundo.
El otro concepto a introducir es el de discurso, el cual es la construcción social de la verdad. El discurso siempre está situado en cierta episteme y se instituye a través de las relaciones de poder. El concepto tiene como premisa la idea que no existe tal cosa como una verdad intemporal, sino que la verdad es una construcción histórica que obedece a ciertos cambios ya sean sociales, científicos o de otra índole, la construcción de qué es lo moral, lo sano; lo ético es una construcción del poder por ende también una construcción humana por lo tanto puede ser modificada, hay una posibilidad de cambio pero que obedece a determinadas circunstancias tanto internas como externas al sujeto.
Ahora, ¿cómo serviría pensar la situación actual a través de estos conceptos? Para ello, debemos aterrizarlos, lo que nos lleva a identificar cuáles son los discursos referidos a los roles de género o a su abolición.
Primero tenemos el discurso hegemónico, el cual se remonta desde la época postcolonial que cierne sus raíces en una racionalidad occidental y que demanda una dicotomía de género: por un lado, lo masculino y por otro lado lo femenino, cada uno con característica muy demarcadas y que no solo definen que es lo femenino y masculino sino cómo deben actuar. Se asocia la fortaleza y superioridad a lo masculino en cambio la sumisión y fragilidad con lo femenino, por lo que desde un principio este discurso plantea signos de violencia en contra de un género; lo cual es más notorio aun cuando se evidencia en las prácticas sociales, como mostraremos en los casos concretos más adelante.
Por otro lado, podemos encontrar un discurso disidente, este no se da a partir de contrariar al discurso hegemónico, sino como un discurso de reapropiación de uno mismo, tanto del cuerpo, del lenguaje, de los conceptos, de la de mitificación de la moral. Este discurso no plantea una dicotomía entre masculino y femenino, sino que la denuncia como discurso que legitima la violencia y los privilegios otorgados a través de roles de género, a cambio de la estructura cerrada que el género binario plantea. Este último propone la diversidad que deja la puerta abierta a la posibilidad de creación, ya que se es consciente de que el género no es más que una construcción social y no una asignación o marca de nacimiento, como reapropiación de sí aparece la creación de un identidad propia de género ahora definida con mayor participación del sujeto mismo y no completamente por la sociedad. En ese sentido, se desarma las limitaciones impuestas por el otro discurso en el cual lo femenino tiene como prohibición desobedecer las reglas u órdenes creadas por lo masculino y se abre paso este discurso como siempre lo hace todo discurso , por medio de la lucha y resistencia, colisionando ciertos grupos de poder y donde los reprimidos ejercen una resistencia al poder ahora mucho más visible que a lo largo de los últimos años; sin embargo, este discurso suele situarse en zonas urbanas y dentro de la academia. Pese a ello, hechos como la próxima marcha del 13 de agosto hacen pensar que este confinamiento esta poco a poco quebrándose y las denuncias de este discurso disidente puede estar próximo a ganar territorio en el campo de batalla social.
Pasaremos ahora a identificar los efectos del discurso hegemónico en los casos puntuales. Solo en estos últimos meses entraron en la esfera público-nacional casos emblemáticos de violencia de género, un caso como el de Arlette Contreras no solo se torna un icono de la injusticia y falta de sentido común del sistema judicial, puesto que, si echamos una mirada tanto a las dificultades dentro del mismo proceso como el escenario mediático que se produjo, podremos encontrar que en este caso confluyen ciertos hechos que se repiten en la mayoría de casos de violencia.
En el caso de Arlette, los policías la desalentaron ante el deseo de iniciar un proceso contra Adriano Pozo, arguyendo que solo sería una pérdida de tiempo iniciar un caso por intento de feminicidio, además de ser totalmente intrusivos y violentos al momento de tomar las declaraciones. Estos hechos se repiten en un gran número de casos de violencia contra la mujer y se evidencia que son momentos donde el discurso hegemónico se concreta por medio de prácticas sociales: los policías reproducen la violencia implícita en el discurso, la prohibición a que la mujer pueda decir no ante los deseos del hombre, etc.
Otra instancia en donde se reproduce la violencia es en los fallos del poder judicial, lo jueces se alejan del sentido común para escudarse en una interpretación que desampara a la víctima y encubre la violencia, castigándola con penas risibles. Esto no solo ejerce violencia, sino que la alienta y normaliza; aun así, no creemos que haya una relación de desaliento de la violencia contra la mujer con mayores penas, lo agresores no racionalizan ni planean como otros criminales. Al contrario, ellos buscan por medio de violencia imponerse ante la víctima, dominar sus actos y pensamientos, como si le perteneciera por el hecho de ser mujer. Esta sea quizá una de las razones de por qué se falla en la implementación de normas, ya que estas se crean a partir del discurso hegemónico, el que legitima la situación de inequidad.
Otro aspecto resaltable es la banalización de la violencia por parte de los medios de comunicación. Solo esta semana ocurrió un hecho infame: la portada y entrevista de Caretas a Adriano Pozo. Lo que hace la revista realmente da que pensar, en un país como el Perú donde solo en el 2016 el ministerio de la mujer ha registrado un total de 54 casos de mujeres asesinadas y 118 de tentativa de feminicidio. Estas solo son muestras de la terrible violencia contra la mujer como practica normalizada, por lo que es indignante que en la entrevista se trate de manera tan superficial y banal un tema tan hiriente. Adriano argumenta haber sido víctima de maltrato y se escuda en un trastorno límite de personalidad para justificar la intempestiva y brutal agresión contra Arlette Contreras.
Otro caso en concreto donde se evidencia la violencia de género es en las declaraciones de Cipriani con respecto a la violación de niñas, donde menciona que las mujeres tienen la culpa debido a que se muestran como en un escaparate. Esto evidencia los roles de género, en donde se busca establecer lo que debe hacer una mujer o no, por lo que el cardenal intuye que si la mujer escapa de su rol está provocando la violencia. Aunque parezca un sinsentido esta lógica donde la violentada se convierte en la que provoca la agresión, es seguida por muchos peruanos ya que lo que hace Cipriani no es crear un discurso, sino que este ya existe: está presente y arraigado desde hace mucho. Lo que sucede es que se pone en el debate público y se le encara con otros puntos de vista, en este caso se hizo evidente lo carente de sentido que es en el fondo la dicotomía rígida de género y como subyace a ella un contenido de violencia implícita.
Lo que viene junto a esto casos es que, aunque no lo busquen, abren un espacio de diálogo o lucha entre ambos discursos. Evidenciar la violencia de genero le abre la puerta a que los que habían callado puedan participar del diálogo, que tomen la lucha en sus manos, y aunque las estructuras sociales hayan cambiado en los últimos años y cada vez las mujeres pueden acceder a mejor educación o a puestos de trabajo similares, la enorme brecha aún está a la pendiente de ser inexistente. Por otro lado, las mentalidades no cambian como las estructuras sociales, por eso es que el discurso disidente aún tiene muchas batallas que ganar. Es por ello que resulta alentador observar y participar de una marcha como la del 13 de agosto, ni una menos es una batalla por el sentido común, por la vida y por la eliminación de la violencia, como menciona Sartre: La violencia, sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso.
( * ) Artículo redactado por Rubén Vela