La desigualdad de las mujeres: las raíces de una lucha

Empezamos el 2021, con noticias atroces sobre la violencia que se ejerce contra las mujeres, en especial contra las niñas. A pesar de las denuncias y protestas, seguimos viviendo situaciones que nos reafirman que, para la mayoría de hombres, las mujeres, cualquiera sea su edad, no son personas, son objetos sobre los cuales pueden decidir a voluntad. Por ello, en este artículo quiero recordar las ideas que han sustentado esta desigualdad; pero, también, los argumentos de las feministas para contrarrestarlas.

El origen de la desigualdad

La manera como se concibe a las mujeres está en la base de la desigualdad y, por consiguiente, de la violencia. Lévi Strauss señala que “la mujer es por doquier naturaleza”, haciendo referencia a que las sociedades a lo largo de la historia han pensado y estructurado la división de los sexos a partir de “esquemas conceptuales”.  

En este contexto, el intercambio de bienes y la prohibición del incesto fue un medio para coexistir entre grupos enemigos. Para Lévi Strauss, la iniciación del intercambio de mujeres representa el origen de la sociedad. Y Gayle Rubin dice que, si “está en lo cierto al ver en el intercambio de mujeres un principio fundamental del parentesco, la subordinación de las mujeres puede ser vista como producto de las relaciones que producen y organizan el sexo y el género” (1998: 36).

A partir de estos planteamientos se podría afirmar, entonces, que la dominación de las mujeres empieza a darse en el nacimiento de la sociedad.

Esto nos lleva a otra idea: el carácter confrontacional de la sociedad humana. Y el eje de esta confrontación ha sido quién detenta el poder, y la relación de los sexos no escapó a esta oposición. El género, como dice Mackinnon, es un tema de poder, de la supremacía masculina y la subordinación femenina (1999: 93). Esta autora, a mi entender parafraseando la creación en el Génesis, señala que el “primer día se logró el dominio, probablemente por la fuerza. Al segundo día, la división ya debía estar relativamente firme en su lugar. Al tercer día, si no antes, tanto las diferencias como los sistemas sociales estaban demarcados para exagerarlos en la percepción y en los hechos porque la distribución sistemáticamente diferencial de beneficios y carencias requería que no hubiera errores sobre quién era quién” (p. 93).

Aristóteles, en su propuesta de comunidad cívica, sostiene que, “en la relación del macho con la hembra, por naturaleza, el uno es superior; la otra es inferior; por consiguiente, el uno domina; la otra es dominada” (2003: 52). Sustenta su planteamiento al sostener que aquellos “cuyo trabajo consiste en el uso de su cuerpo, y esto es lo mejor de ellos, estos son, por naturaleza, esclavos, para los que es mejor estar sometidos al poder de otro” (p. 53). Y diferencia el poder del amo y el político, pues uno se ejerce sobre el esclavo y el otro sobre personas libres (p. 56). Aristóteles sustenta, así, las bases del pensamiento filosófico occidental sobre la diferencia de los sexos, que fue continuado por otros filósofos a lo largo de la historia. Queda claro que la subordinación de las mujeres implica la negación de su libertad, el menoscabo de su ciudadanía en el objetivo de dominarla, de negarles todo poder.

La justificación ideológica de la discriminación femenina desarrolló toda una construcción cultural que organizó a la sociedad en base a la división sexual. Por ejemplo, John Locke, en Dos tratados sobre el gobierno civil, divide la sociedad en sociedad familiar y sociedad política, la primera es una sociedad natural, instituida por Dios, y la segunda está basada en el consentimiento de los gobernados. En la sociedad familiar es el hombre el que ostenta el poder y no por consenso o delegación sino por naturaleza.

Esto lleva a señalar a Carole Pateman que fue Locke quien “sentó el fundamento teórico de la separación liberal entre lo público y lo privado”. Y al establecer la separación entre la familia y lo político constituye, al mismo tiempo, una división sexual (1995: 34).

De este modo, se configuró una manera de percibir los cuerpos, los roles y los comportamientos que debían tener cada uno de los sexos. La base de esta división es la desigualdad y la negación de la autonomía de las mujeres, que continúa siendo el eje de disputa, sobre todo en momentos en que las mujeres se hacen más independientes, se desenvuelven en los distintos campos sociales, ingresando de ese modo al ámbito masculino, lo que no ha sucedido con la mayoría de varones, que continúan resistiéndose en sus fueros machistas.

Para el feminismo, la demanda de la libertad ha sido esencial a lo largo de su historia. Si para el individuo en general ha sido el centro de sus luchas, cuanto más para las mujeres, cuyo sometimiento es de larga data.

Volviendo a Lévi Strauss y su planteamiento sobre las mujeres como objetos de intercambio, durante el proceso de construcción de las relaciones sociales, es necesaria la pregunta: ¿las mujeres siempre fueron sometidas? El debate sobre el rol de las mujeres en los albores de la humanidad es intenso, sobre todo a raíz del hallazgo de las estatuillas femeninas bautizadas como las “mujeres paleolíticas”, de un tamaño entre 5 y 25 centímetros de altura, talladas en diferentes materiales como piedra, marfil, hueso, astas, madera o arcilla y halladas, generalmente, en lugares de habitación (cuevas o refugios), más que en enterramientos (Martínez 2012: 176).

Se han encontrado unas doscientas estatuillas femeninas y muy pocas estatuillas masculinas. Las estatuillas son diversas y algunas representan a mujeres desnudas o semidesnudas con los caracteres sexuales muy marcados. Según Martínez, hay interpretaciones desde que eran juguetes eróticos para los varones a aquellas que representan el rol sagrado que tuvieron las mujeres en determinadas sociedades y/o en determinados contextos del desarrollo de la especie humana, al garantizar la reproducción.

Difícil de saber, lo cierto es que cada vez hay mayor evidencia del rol especial de las mujeres en los ritos religiosos y complementario en las actividades económicas. Para algunos, hay un momento en que la autoridad de la familia como de la tribu estaba en manos de las mujeres (Johann J. Bachofen); para otros existía una relativa igualdad entre los sexos (Sally Campbell); y para otros que tenían una posición respetada hasta la creación de la monogamia para las mujeres (F. Engels).

Acaso todo empieza a cambiar con la acumulación de excedentes por parte del hombre que busca asegurar que sea su propia descendencia la que herede estos bienes, que lleva a implantar la monogamia solo para las mujeres y la división del trabajo, trabajo productivo y trabajo reproductivo: “La primera división del trabajo… entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos” (Engels 1986: 124).

Lo cierto es que la visión de la mujer pasiva, bajo la protección y manutención del varón cazador, producto de la mirada ideologizada del presente hacia el pasado, es una perspectiva desterrada de la historia antigua ante las evidencias del rol femenino. Bien señala Claudine Cohen, “el recurso del origen tiene también una fuerza ideológica, permite legitimar el presente, fundar sus valores y sus luchas” (2011: 43).

La función reproductiva de las mujeres y las actividades que ella implica no justifica la relación mujer-naturaleza / hombre-cultura, ni explica que en la actualidad se desprenda la concepción mujer-cuerpo / hombre-mente, como podemos observar, por ejemplo, en la publicidad.

Mujer-cuerpo / hombre-mente es algo que expresó claramente Rousseau cuando escribe: “El macho solo es macho en ciertos instantes, la hembra es hembra toda su vida o al menos toda su juventud; todo la remite sin cesar a su sexo…” (2000: 569). La mujer naturaleza nunca deja de ser “lo hembra”, como diría Schopenhauer.

Rousseau afirmaba que la naturaleza y la razón prescribían al sexo; por ello, las mujeres estaban limitadas al espacio interior (“encerradas en sus casas”) y el hombre al espacio exterior, al mismo tiempo señalaba que la educación de las mujeres debía estar en función del hombre: “Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos” (2000: 576).

Rousseau no planteaba una ilusión futura, se basaba en la realidad, por ello Stuart Mill sostenía que “las mujeres son educadas desde la niñez en la creencia de que el ideal de su carácter es absolutamente opuesto al del hombre: se las enseña a no tener iniciativa y a no conducirse según su voluntad consciente, sino a someterse y a consentir en la voluntad de los demás” (p. 161). Y eso es lo que siguen esperando los hombres.

Las mujeres no solo debían estar sometidas al esposo, sino a los varones de la familia. Si vemos las estadísticas en nuestros países y quiénes ejercen violencia sobre las mujeres, además del esposo o el excompañero, está el padre, el suegro, el hermano, el cuñado… Y es que el hombre-cultura crea instrumentos, producto de su inteligencia, para dominar a la naturaleza y la mujer forma parte de ella.

De esta manera se fue institucionalizando la visión mujer-naturaleza / hombre-cultura, que implicó la división de los ámbitos público-privado, la división del trabajo productivo-trabajo reproductivo. En esta institucionalización han sido fundamentales la religión y las normas, que se apropiaron de los imaginarios sociales. En la Biblia, en Éxodo, por ejemplo, se señala “No dejarás con vida a la hechicera” o “No habrá en vuestra tierra mujer que aborte ni estéril”. En el Nuevo Testamento, Pablo proclamará ante los corintios que los afeminados no poseerán el reino de Dios y que “la mujer no es dueña de su propio cuerpo: es el marido”, y aunque señala lo mismo respecto al cuerpo de los esposos con relación a las mujeres, no se ha puesto mucha atención a este aspecto.

La influencia del cristianismo ha sido clave en el sometimiento de las mujeres a lo largo de la historia. En la Edad Media, la naturaleza es presentada como creación divina para que sea dominada por el hombre. De la inocencia de la naturaleza (el paraíso) se pasa a la concepción de naturaleza caída. Por consiguiente, la mujer naturaleza debe ser dominada por el hombre, al mismo tiempo redimida porque es fuente de tentación, y se redime a través del matrimonio, de la maternidad.

La influencia de la Iglesia Católica continúa siendo poderosa en la actualidad, especialmente en el tema de los derechos sexuales y derechos reproductivos, gracias a toda una red de influencia política que le permite moverse en los espacios internacionales que tienen que ver con estos temas.

En el plano económico está la división de clases y la división del trabajo. Recordemos el salario familiar, formalizado con la revolución industrial, para que las mujeres no trabajaran en las fábricas, y no se consideraba trabajo las actividades económicas que ellas desarrollaban en sus casas, incluso ganando un salario.

Mujer-naturaleza / hombre-cultura devino en valor diferenciado no solo para el trabajo y la acción en general de las mujeres, también respecto a su propia persona. Mujer objeto, “el otro”, como dice Simone de Beauvoir, que no forma parte del pacto social (porque fue un pacto entre varones), sino de un pacto sexual, a través del cual los varones adquieren poder sobre los cuerpos de las mujeres (Pateman).

El poder de los varones en el espacio privado no está desvinculado del poder del espacio público, como tampoco del sistema económico. Ya lo dijo Engels, la primera expresión de la opresión de clase fue el sometimiento de un sexo sobre el otro. Y el patriarcado se ha ido adaptando a los distintos sistemas económicos y de clase a lo largo del tiempo: “su discurso de legitimación tomará la forma cultural hegemónica de cada sociedad” (Puleo 2000: 43). Es decir, cada régimen político encontrará la forma de dominar a las mujeres

Stuart Mill lo dice claramente en 1869, cuando publica su ensayo El sometimiento de la mujer, los hombres no solo esperaban obediencia de las mujeres, también querían dominar sus sentimientos, su razón. Y una de las formas fue negarles el acceso al conocimiento que, a la vez, implica autonomía. El acceso de las mujeres al saber generaba desconfianza, porque saber es poder. Las letras corrompen, más aún en los casos de mentes débiles como las femeninas, tal como se argumentaba, al negarles el derecho a la educación. Sin embargo, con “la era democrática, el saber, al conllevar un poder, puede, en contrapartida, emanciparse del poder” (Fraisse 1991: 187).

En la Petición de las mujeres del tercer estado (1 de enero de 1789), ellas solicitaban “Rogamos ser instruidas, poseer empleos, no para usurpar la autoridad de los hombres sino para ser más estimadas por ellos; para que tengamos medios de vivir…”. Y agregan “que establezcáis escuelas gratuitas en las que podamos aprender los principios de nuestra lengua, la religión y la moral” (p. 113). Peticiones que no tienen la radicalidad de la “Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana” de Olympe de Gouges, que proclama que las mujeres nacen libres y que tiene los mismos derechos que el hombre y llama a poner resistencia a la opresión.

Es un periodo en el que, a través de distintos medios, las mujeres demandan el acceso a la educación, a la propiedad, participar en la política; en síntesis, a tener los mismos derechos que los hombres. La voluntad de ser libres estaba en su espíritu, y es en este contexto que nace el movimiento feminista, cuando las demandas de las mujeres se hicieron parte del debate democrático en distintos países de Europa y Estados Unidos, para luego llegar a los nuestros[1].

Con el advenimiento de la modernidad, cambia en un sentido positivo la manera en que es percibida la naturaleza, que va a influir en una nueva concepción del ser humano y su entorno. Sin embargo, las mujeres no se van a beneficiar de estas transformaciones ideológicas. Como señala Celia Amorós: “La mujer es ahora naturaleza ‘por naturaleza’; es la naturaleza misma, el orden natural de las cosas lo que la define como parte de la naturaleza” (1985: 35). Agrega que en “una época en que todo el mundo era muy sensible a la exigencia de sus derechos naturales, resultaba particularmente eficaz enseñar a la mujer a concebir su propia subordinación como algo ‘natural’” (1985: 36). De esta forma se aseguraba la dominación de las mujeres.

La institucionalización de la desigualdad

Lo público y lo privado adquiere especial importancia en la sociedad burguesa capitalista, y empieza a darse un fenómeno que se ha agudizado en la actualidad: la cosificación de las mujeres, y esta cosificación tiene que ver con la carencia de individualidad de la mujer. El feminismo nace en el contexto de la Ilustración, al igual que el liberalismo, cuando se proclaman los principios de libertad, igualdad y fraternidad como fundamentales para la vida en la sociedad. Pero estos principios no se aplicaban a las mujeres que estaban excluidas del espacio político (espacio de los ciudadanos, de los iguales) y sometidas al espacio privado (el espacio de las idénticas). Hemos visto que, desde Aristóteles, las mujeres “por naturaleza” deben estar sometidas a la autoridad del esposo, por consiguiente, una mujer sometida no podía ser igual y libre, y, de esa manera, es excluida “del estatus de individuos y, por tanto, de la participación en el mundo público de la igualdad, el consenso y la convención” (Pateman 1981: 34).

Para Pateman, “La familia se basa en vínculos naturales de sentimientos y de consanguineidad y en el estatus, sexualmente adscrito, de la esposa y del marido (un estatus de madre y padre). La participación en la esfera pública se rige por criterios de éxito, intereses, derechos, igualdad y propiedad universales, impersonales y convencionales” (1981: 34-35), aplicables a los varones. Se plantean, así, ambas esferas como separadas.

Ya en el pensamiento griego, se concebía lo masculino en oposición a lo femenino, las mujeres estaban privadas de todo poder político y de transmitir su nombre (Loraux 2017); también era totalmente opuesta la organización política a la del hogar (oikia) y la familia, como señala Arendt.

La naturalización de la mujer, en plena revolución industrial, llevó a la formalización de la división del trabajo. Se prohibieron de forma explícita algunas formas de trabajo para las mujeres. Se formularon condiciones de trabajo diferentes para uno y otro sexo, y se acordaron leyes de trabajo planteando una organización de jornadas distintas según sexo. La familia se convirtió en el fundamento del orden social. Solo se consideró trabajo aquel que se realizaba fuera del hogar y por el que se cobraba un salario: las amas de casa no eran trabajadoras, incluso aunque percibieran salarios por coser, tejer o realizar tareas en su casa (Alcañiz 2010).

El censo de 1881, en Francia, fue el primero en excluir de la categoría de trabajo las faenas domésticas de las mujeres. A nivel estadístico, se estableció por decreto lo que era trabajo y lo que no lo era. Se tenía la idea de que los hombres eran más productivos y que no era trabajo las labores que realizaban las mujeres en sus casas. De esta manera se institucionalizó la reclusión de las mujeres en el espacio privado, la negación de valor al trabajo que realizaba, y, por consiguiente, su condición de menor de edad.

Para aquel entonces ya se había aprobado el Código Civil de Napoleón Bonaparte, en 1804, que colocaba a las mujeres casadas bajo la tutela del esposo. Se impone el discurso de la domesticidad para apoyar ideológicamente esta nueva práctica social. La domesticidad y la maternidad se convertían, así, en proyectos de vida para las mujeres. La identidad de las mujeres se desarrollaba en el marco de una familia y su independencia económica era considerada como una subversión del orden fundamental de la familia. Y en este fin, el Estado y la Iglesia se convirtieron en agente de socialización y la escuela en el instrumento propagador de la moral burguesa (Alcañiz).

Las dos guerras mundiales trastocaron el orden establecido. Las mujeres ingresaron en el mercado de trabajo, ante la ausencia de los varones que estaban en los frentes de batalla, pero sin dejar de realizar sus obligaciones domésticas. Desarrollar una actividad laboral llevó a las mujeres a tener una visión más amplia de la realidad social y de sus propias vidas y capacidades. Trabajar significó nuevas experiencias y responsabilidades y un sentimiento profundo de libertad. Pero, sobre todo, desenmascaró los argumentos e ideologías sobre los cuales se había fundamentado su sometimiento en la casa, sin derechos, bajo la dominación masculina; es decir, se resquebrajaron las bases del patriarcado, como señala Alcañiz.

Cuando finalizaron las guerras, se lanzó toda una campaña para que las mujeres volvieran a sus casas, al espacio privado, muchas regresaron para volver a salir ante el auge económico (1918-1929). La campaña se intensificó, esta vez utilizando el poder de los medios de comunicación. Pero la revolución de las mujeres ya estaba en marcha, y todavía continúa. Aún hay muchas mujeres que no han tenido la oportunidad de salir del espacio privado, que dependen económicamente del varón, lo que las coloca en una situación de vulnerabilidad frente la violencia. O hay las que están en el mercado de trabajo, pero a costa de una doble jornada o que otra mujer realice las tareas del hogar, sin remuneración, como puede ser la madre, o con una remuneración injusta y sin derechos, como en el caso de las trabajadoras del hogar. Por ello el desafío es: cómo liberarnos y con nosotras liberar a todas las mujeres de nuestro entorno, de nuestra comunidad, de nuestro país.


Referencias

[1] En el Perú, las primeras demandas para el acceso a la educación y al trabajo se dan en la década de 1870, con la primera generación de mujeres ilustradas. La más representativa en este tema es Mercedes Cabello, que, además, pedía una educación científica y laica.

ALCAÑIZ Moscardó, Mercedes. 2010. Cambios y continuidades en las mujeres. Un análisis sociológico. España: Icaria Editorial.

AMORÓS, Celia. 1985. Hacia una crítica de la razón patriarcal. España: Anthropos.

ARISTÓTELES. Política (escrito entre el 333 y el 323-2 a. de C). España: Alianza Editorial, 2003.

COHEN, Claudine. 2011. La mujer de los orígenes. España: Ediciones Cátedra.

LORAUX, Nicole. 2017. Los hijos de Atenea. Ideas atenienses sobre la ciudadanía y la división de sexos. España: Acantilado.

MACKINNON, Catharine A. 1999. “Diferencia y dominio: sobre la discriminación sexual. En: Sexualidad, género y roles sexuales. Marysa Navarro, Catharine R. Stimpson (compiladoras). México: Fondo de Cultora Económica.

MARTÍNEZ Pulido, Carolina. 2012. La senda mutilada. La evolución humana en femenino. España: Minerva, Biblioteca Nueva.

MILL, John Stuart. El sometimiento de la mujer (1869). En: Ensayos sobre la igualdad de los sexos. John Stuart Mill & Harriet Taylor Mill. España: Mínimo Tránsito, A. Machado Libros, 2000.

PATEMAN, Carole. 1995. El contrato sexual. México: Editorial Anthropos, Univiersidad Autónoma Metropolitana.

PULEO, Alicia H. 2000. Filosofía, género y pensamiento crítico. España: Universidad de Valladolid. Colección Acceso al saber.

____ (edición). 1993. La Ilustración olvidada. La polémica de los sexos en el siglo XVIII. Condorcet, De Gouges, De Lambert y otros. España: Anthropos, 1993.

ROUSSEAU, Jean-Jacques. Emilio o De la educación (1761). España: Alianza Editorial, 2000.

RUBIN, Gayle. 1998. El tráfico de mujeres: notas sobre la “economía política” del sexo. En: ¿Qué son los estudios de mujeres? Marysa Navarro, Catharine R. Stimpson (compiladoras). México: Fondo de Cultura Económica.

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Gaby Cevasco
Periodista y escritora. Ha publicado Entre el cielo y la tierra, el fuego (cuentos) 2014, Nuevo testamento (poesía) 2010, Detrás de los postigos (cuentos) 2000, Sombras y rumores (cuentos) 1990. Sus cuentos han sido publicados en antologías de Colombia, Ecuador, Estados Unidos, Perú, y en revistas de Bolivia, Canadá y Argentina. Y su poesía en una antología francesa de poetas peruanas. Sobre trabajo con mujeres ha publicado: Comunicación por radio: ¿cómo acercarnos a las mujeres de la comunidad (2019), Las/os adolescentes y jóvenes y el ejercicio de su ciudadanía. Manual básico de abogacía o advocacy en educación sexual integral (2018), Salud y violencia de género contra las mujeres. Guía para la reflexión entre operadores de establecimientos de salud (2018). Ha trabajado en diarios y revistas, pero su mayor trayectoria la realizó en el Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán desde 1988 hasta el 2012. En esta institución, desde el 2004, viene impulsando el Círculo Universitario de Estudios de Género que se convoca cada año en el mes de marzo.