Hace algunos años hay un nuevo fantasma que corre por el mundo y de manera muy explícita por América Latina. Lo que antes era el comunismo, ahora es la llamada ‘ideología de género’. Una tremenda campaña de desinformación, de difundir temor, de sembrar un pánico moral entre las personas es la estrategia fundamental para seguir ocupando los espacios de poder, detrás de estas batallas encendidas por los, aparentemente, guardianes de la moral, defensores de la familia y de valores tradicionales, se esconden estratégicas políticas muy peligrosas con objetivos bien claras.
El ejemplo más reciente de este proceso es el triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro en las elecciones de Brasil. El ex militar es representante de ultra derecha, abiertamente misógino, homofóbico y racista. Aparece con promesas como terminar con la corrupción, combatir el socialismo, comunismo de una izquierda dividida y deslegitimada, responsable de este mal. Como salvador del mundo elegido por Dios, así anuncia Bolsonaro su misión.
El caso Brasil con la elección de Bolsonaro hace evidente el rumbo fatal que la creciente influencia de los grupos evangélicos de corte fundamentalista impulsa política-, social- y culturalmente para los países latinoamericanos. Como nuevos actores políticos ganan con sus discursos conservadores, autoritarios y totalizadores adeptos, no solamente entre los sectores empobrecidos, desorientados y generalmente mal informados campo, sino también entre las clases más establecidas. Lo más preocupante desde una mirada social es que este tipo de políticos no llegó al poder a través de golpes militares como en los años 70y 80, sino a través de las urnas electorales, en otras palabras, a base de apoyo de grandes partes de la población. La crisis económica, el aumento de violencia y sociedades conservadoras, las inseguridades en tantos sectores son la razón por la recepción amplia de estos discursos antidemocráticos, fundamentalistas y sexistas.
Este matrimonio desgraciado entre sectores políticos y religiosos fundamentalistas de poder se revela claramente en Perú como en varios otros países latinoamericanos en la campaña “Con mis hijos no te metas”, lanzada por una alianza de grupos evangélicos fundamentalistas contra el enfoque de género en el currículo nacional. Esta campaña anti-género se dirige, en primer lugar, contra personas homo o transexuales con constataciones absurdas que el enfoque de género en las escuelas homosexualizará a lxs alumnxs o lxs animará a cambiar su género y sexo siempre y cuando quieran; pero, no solamente ataca a la diversidad sexual, sino cuestionan profundamente la igualdad entre los diferentes sexos y los logros del movimiento feminista en cuanto a derechos ciudadanos para todxs. El género como campo de batalla por el poder, la defensa y mantenimiento del sistema capitalista heteropatriarcal que necesita para su reproducción la división sexual del trabajo, un orden jerárquico de género.
No es nada nuevo, que en este juego de poderes el poder político y el poder religioso eclesial se vinculen. Desde los tiempos del colonialismo moderno, la iglesia católica participó activamente en la imposición de la modernidad europea, su cosmovisión y sus principios, siendo así el brazo ideológico legitimador del destructivo sistema colonial sobre aquellos que fueron invadidos. La invasión europea a los territorios de Abya Yala no fue solamente una invasión y colonización territorial, sino también de las cosmovisiones, de las prácticas diarias, de los cuerpos y también de las sexualidades.
Aunque en forma más camuflada, en el sistema capitalista neoliberal continúa la dominación, el patriarcado con todas sus opresiones sobre el cuerpo de la mujer. Los cuerpos y las relaciones sexuales están reglamentados siempre, aunque el contenido de las normas difiera de un lugar a otro, como lo desarrolla Foucault[1]. El patriarcado nos dicta cómo deberíamos ser, cómo deberíamos comportarnos y cómo deben ser nuestros cuerpos a través de gimnasios, dietas, o hasta cirugías plásticas, se adecúa, modifica, somete y mercantiliza nuestros cuerpos a las exigencias dictadas por el patriarcado. El patriarcado nos cosifica, construyendo cuerpos e imaginarios de mujeres en función al deseo masculino heterosexual. Aplica, además, una doble moral.
Practica de manera normalizada el sexismo en el lenguaje y el humor degradante hacia las mujeres. Julieta Paredes, feminista comunitario, lo resume de manera bastante explícita diciendo: “El lenguaje neoliberal ha construido las cárceles para nuestros cuerpos que son las construcciones sociales-culturales y políticas que se hacen sobre los cuerpos.”[2]
Hoy en día, no es solamente la jerarquía católica, sino con el surgimiento de iglesias (neo-) pentecostales y evangelicales que han aparecido nuevos actores en el escenario de estas luchas. Con sus cruzadas de evangelización, no difaman solamente el “género” como ideología, sino también demonizan creencias y prácticas de las culturas originarias. Una mirada a la realidad nacional con el muy preocupante aumento de desenfrenadas violencias contra las mujeres revela el cinismo de estas campañas llenas de odio contra la llamada “ideología de género”. Hay una guerra contra las mujeres, como lo planeta Rita Segato en su mismo libro, desarrollando una genealogía de la violencia contra las mujeres.[3] En sociedades machistas, como la peruana, en la cual posturas machistas son bastante arraigadas mostrando su sexismo frente a las mujeres cada vez más de manera agresiva el trabajo desde el enfoque de género debería ser prioritario.
Podríamos pensar en un primer instante que religión y feminismo no tienen nada que ver, ya que la mayoría de las religiones son sumamente patriarcales, por no decir misóginas, relegando a las mujeres en un plan inferior a los varones que significa opresión y sometimiento para ellas. A lo largo de la historia, las religiones han tenido una influencia dominante en las construcciones de género, en los roles tradicionales, el control sobre la sexualidad y los cuerpos sobre todo de las mujeres es imprescindible de asumir este desafió de entrar en un diálogo crítico con la religión que permite un proceso de desconstrucción de paradigmas religiosas que tanto perjudican a las mujeres. Es imprescindible que en estos tiempos de la expansión de fundamentalismos religiosos y políticos con sus abusos de la categoría de género intervenir tanto en el terreno de construcción de discursos, como con prácticas políticas concretas desde el feminismo, desde allí podemos reconstruirnos en clave feminista, libre del peso de conceptos moralizantes impuestos. Por lo tanto, queremos hacer, a continuación, una revisión de esta historia patriarcal, cómo a lo largo de la historia el cuerpo femenino y con ello, la sexualidad, fueron sometidos al control masculino estableciendo estructuras de poder, estructuras jerárquicas y patriarcales para señalar luego los desafíos para un feminismo y una teología feminista en los tiempos actuales.
El peso del patriarcado cultural, religioso y socio-político
El ejercicio de control violento sobre los cuerpos femeninos no es un fenómeno reciente, sino, en realidad, es el dispositivo mediante el cual el patriarcado desde hace siglos legitima y consolida su poder en las diferentes dimensiones de la vida de las mujeres. En este dominio sobre las mujeres, sus cuerpos y vidas, la religión tiene una influencia significativa.
Ya en la antigüedad, los discursos filosóficos y médicos explicaban al cuerpo humano como un cuerpo masculino, desde su cuerpo bajo, a parte de los órganos reproductivo inferior a la parte del cuerpo alto, la cabeza, todo con características de lo masculino.
Además, las ideas platónicas de un dualismo jerárquico fueron el fundamento para una teología patriarcal que se ha podido mantener a lo largo de los siglos. La jerarquización entre los dos polos opuestos espíritu y cuerpo y su analogía en masculino espíritu/cultura) y femenino (cuerpo/naturaleza) han fomentado un determinismo y esencialismo biológico en la comprensión de género. En este sistema binario naturalizado de género todo lo que pertenece más al mundo de la naturaleza o del cuerpo (la mujer) debe ser dominado y controlado porque es inferior a la dimensión espiritual/cultura (varón).
Dualismo impidió la reflexión de cuerpo y corporalidad, en la oposición de cuerpo y espíritu el cuerpo es inferior. De allí hace siglos se determina a las mujeres en una supuesta identidad femenina incluyendo determinados roles sociales. Son roles, subordinados, inferiores al varón. Esta relación jerarquizada entre el varón y la mujer tiene su origen en una cosmovisión dual, de polos opuestos; y no solamente opuestos, sino que también de valores diferentes. Dentro de esta mirada dualista se relaciona a la mujer por su capacidad reproductiva a la naturaleza mientras el varón está asociado con la cultura y la razón. En esta lógica dualista, la razón domina, tiene el control sobre la naturaleza.
En base de esta suposición, se deduce otras características sociales de la mujer, de estar en casa y preocuparse de todo lo que apunta a la reproducción familiar, cuidado de los niños, tareas de casa. El varón, en cambio, dominaba y domina todo lo que pertenece al espacio público, su primer campo de actuar. Las mujeres mismas han interiorizado estas imágenes y la identidad supuestamente “natural” de la mujer aceptando la inferioridad de ellas mismas respecto al varón. Desde niñas nos enseñan como una mujer debe ser y aprendemos nuestros roles de siervas de los señores y nos vemos y valoramos por los ojos de la cultura masculina, incluso aceptamos que es “justo” recibir golpes o ser castigadas por algo que no hicimos bien. Somos el “otro” del varón formado como ayuda u objetos para satisfacer sus deseos sexuales. Las revistas y propagandas que cada vez son más sexualizadas, presentan a las mujeres como sujetos de deseo sexual, infantiles, dependientes, víctimas. Hemos aprendido de aguantar y de negar, o por lo menos no expresar nuestros deseos. En nuestra cultura no se les permite a las mujeres ser sujetos independientes y libres. No vivimos nuestra propia vida, sino que nos enseñan a vivir precariamente a través de las vidas de los esposos e hijos. No ejercemos nuestro propio poder. Usualmente no debemos expresar nuestra propia opinión, sino callarnos o compartir las opiniones de nuestros padres, esposos, jefes o hijos.
En conclusión, los cuerpos de las mujeres son cuerpos que han sido sometidos a juicio desde este paradigma androcéntrico y, por lo tanto, a repetidos intentos de definición, sujeción y control buscando negar su raciocinio y convertirlos en máquinas para la reproducción. Desde la tradición judeo-cristiana, el cuerpo y la sexualidad de la mujer son la metáfora del mal, del pecado. El desprecio de la doctrina por el cuerpo perjudica esencialmente a las mujeres. Cabe preguntar, de qué manera nos podemos liberar de este peso y de las huellas que han dejado las religiones patriarcales, los conceptos teológicos tan opresivas hacia las mujeres.
Desafíos para el feminismo: el aporte de la teología feminista
Hemos señalado el auge de los fundamentalismos, religiosos y políticos con la anti-ideología de género como su bandera de batalla y la expansión de la violencia de género por otro lado. Hemos mostrado que las religiones institucionalizadas, las jerárquicas poderosas eclesiásticas o religiosos abusaron de la religión para establecer su poder. Pero es importante mencionar que en la sombra de la religión establecida y de poder siempre existían también movimientos de rebelión contra ello. Las luchas y búsquedas de estos grupos “subversivos”, que se encuentran en los márgenes, las intemperies, en la invisibilidad de las instituciones religiosas establecidas como también las teólogas feministas reflejan el potencial liberador que la religión también puede tener. Inspirados en el mensaje liberador del mismo Jesús que pretendía formar un movimiento “discipulado de iguales”[4] los diferentes actores se comprometían con la transformación cultural y sociopolítica de cada tiempo y contexto. Ante la realidad brutal que vivimos se hace necesario un feminismo que intervenga con aportes desde las teorías feministas y de género impulsando un diálogo crítico interdisciplinario con el objetivo de concientizar e informar y que hace un trabajo en las masas de base. En estos tiempos, en los cuales el capitalismo se ha convertido en una barbarie sin medida que se refleja no solamente en lo económico, sino en todas las dimensiones de la vida es necesario impulsar procesos pedagógicos- políticos que formen personas con capacidades tanto de una mentalidad crítica como de poder reinventar las formas de intervenciones emancipadoras y transformadoras en las realidades socio-político y culturales que vivimos.
La teología feminista que se ha entendido desde sus inicios formando parte del movimiento feminista y siguiendo las propuestas de la teología de liberación. Desde que surgió en los años 1980, la teología feminista fue una teología desde las experiencias marginalizadas de las mujeres y al mismo tiempo una crítica al carácter patriarcal por no decir misógina de la Teología. Partiendo de realidades y experiencias concretas de mujeres, la teología feminista formaba parte del movimiento feminista compartiendo las luchas por una transformación social, política, por la igualdad y condiciones dignas para todxs. Por lo tanto, tiene un rol importante en la deconstrucción del control sobre los cuerpos de mujeres que se está ejerciendo desde hace siglos, a través de la deconstrucción de simbologías e imaginarios femeninos que determinan posiciones y roles sociales de las mujeres.
La realidad que vivimos nos invita a sospechar y cuestionar las palabras y conceptos que hemos aprendido, recuperando memorias y experiencias marginalizadas y formulando nuevos paradigmas inspirados en las formas de relación practicadas por las mujeres.
Significa romper con las normas y reglamentaciones de la sexualidad legitimada por discursos moralistas religiosos para establecer el control de las clases de poder tanto político como religioso, significa re-apropiarnos de nuestros cuerpos como territorio, de nuestros derechos sexuales y reproductivos y de nuestra autonomía.
Esa construcción de una nueva epistemología desde los cuerpos y todo lo relacionado con ello, las emociones, los pensamientos, la sexualidad en su enriquecedora diversidad debe darse desde la pluralidad de las experiencias de vida. Es necesario impulsar un diálogo con los diferentes feminismos y sobre todo considerar seriamente a las sabidurías ancestrales, los feminismos que se desarrollan desde las mismas mujeres indígenas, desde sus saberes ancestrales, aquellas que resaltan la necesidad no solamente de despatriarcalización, sino también la puesta en cuestión de las convicciones de la modernidad o sea de un proceso de descolonización.
Despatriarcalizar, a la vez que descolonizar, es un proceso de entrada doble que no empieza en las academias, en las universidades, sino desde y con las mujeres que en sus luchas diarias hacen frente a la opresión colonial, capitalista y patriarcal. Son las mujeres campesinas, indígenas, de sectores urbanos populares. Son aquellas mujeres que cuestionan desde su experiencia individual y colectiva los lugares donde las relaciones coloniales y patriarcales las sitúan, mujeres que luchan juntas para la superación de todo tipo de opresión.
De esa manera ‘…el feminismo no es una teoría más, es una teoría, una concepción, una cosmovisión, una filosofía, una política que nace desde las mujeres más rebeldes ante el patriarcado’[5] como afirma la feminista aymara boliviana, Julieta Paredes. O, siguiendo las palabras de la teóloga feminista brasileña Ivone Gebara el feminismo es toda una postura en la vida, ‘una nueva manera de comprender la vida y las relaciones humanas’.[6]
Desde esa convicción es necesario hacer visible las teologías feministas, plurales y diversas que se están desarrollando en diferentes lugares y desde diferentes espacios vinculadas con las luchas concretas de las mujeres. Existen mujeres y también hombres en diferentes lados del mundo que tienen el profundo deseo de cambiar las relaciones de género de marcado por la jerarquía y la desigualdad, y con eso también superar padrones y normas establecidas de su género. De esa manera, se aporta a las luchas sociales por transformación de esa sociedad cada vez más desigual e injusta hacia nuevas convivencias solidaria, justas y de equidad de género.
[1] Véase: Foucault, Michel, Historia de la Sexualidad, I, La Voluntad del Saber, Buenos Aires, Siglo XXI Editores. Argentina. 2003.
[2] Julieta Paredes, El machismo es la matriz patriarcal que sostiene a un sistema colonialista, racista, capitalista”, http://www.resumenlatinoamericano.org/2016/11/15/julieta-paredes-feminista-comunitaria-de-bolivia-el-machismo-es-la-matriz-patriarcal-que-sostiene-a-un-sistema-colonialista-racista-capitalista/; último acceso: 01.11.2018
[3] Veáse: Segato, Rita Laura, La guerra contra las mujeres, Madrid 2016, https://www.traficantes.net/sites/default/files/pdfs/map45_segato_web.pdf
[4] Schüssler Fiorenza, Elisabeth, Discipulado de Iguales. Una Ekklesia-logía Crítica Feminista de Liberación, La Paz 2011.
[5] Paredes Julieta, en: Gargallo Francesca, Feminismos desde Abya Yala, Ideas y proporciones de las mujeres de 607 comunidades de nuestra América, Ciudad de México 2014, p. 96.
[6] Gebara, Ivone, Las aguas de mi pozo. Reeflexiones sobre experiencias de libertad, Montevideo 2005, 133.