El largo día (la semana) siguiente

No recuerdo proceso electoral más reñido que el del pasado domingo 5 de junio. Pensé escribir este artículo el día lunes inmediato siguiente. Sin embargo, ello no me resultó posible pues aun siendo jueves los resultados no se conocían de manera certera. Situación curiosa, sobre todo si tenemos en cuenta que las dos opciones en pugna son políticamente de derecha y comparten una concepción (neo)liberal; es más, el candidato de Peruanos por el Kambio (PPK) dio en el año 2011 su apoyo a la candidata de Fuerza Popular (FP), a la cual ahora le tocó confrontar.

Lo que da cierto matiz a estas dos ramas de la derecha es que, hasta donde puede apreciarse, el apoyo democrático de la candidata de la izquierda, Verónika Mendoza, fue fundamental para la victoria de PPK. Tanto así que Mario Vargas Llosa[1], se ha visto en la obligación de reconocer esto: “el hecho decisivo, para rectificar la tendencia y asegurarle a Kuczynski la victoria, fue la decisión de Verónika Mendoza, la líder de la coalición de izquierda del Frente Amplio, de anunciar que votaría por aquél y de pedir a sus partidarios que la imitaran. Hay que decirlo de manera inequívoca: la izquierda, actuando de esta manera responsable –algo con escasos precedentes en la historia reciente del Perú– salvó la democracia y ha asegurado la continuación de una política que, desde la caída de la dictadura en el año 2000, ha traído al país un notable progreso económico y el fortalecimiento gradual de las instituciones y costumbres democráticas”.

Hay que decir, además, que la movilización liderada por el colectivo No a Keiko, organización juvenil con una férrea posición contraria al fujimorismo, enseñó, con dos marchas multitudinarias a nivel nacional, que a veces la construcción del futuro se sostiene en una negación principista, en un odio sanador; el no puede ser, paradójicamente, positivo cuando de la defensa de valores de una sociedad y la resistencia al olvido se hacen indispensables.

Sin embargo, siendo ya el(los) día(s) siguiente(s), creo que se requiere empezar a trabajar en la agenda del futuro de estos cinco años difíciles que nos tocan como país con rumbo al bicentenario de la independencia. En buena cuenta, en una democracia representativa —sistema que hemos elegido para el Perú—, los votos de la mayoría o de las mayorías son los que cuentan de manera fundamental; eso significa que aunque una decisión no nos guste, tiene que respetarse, con la condición de que los gobernantes también respeten la voluntad popular y las reglas de juego democráticas.

La derecha política va a gobernar, pues ha merecido el voto mayoritario de la población. Esto significa que estos cinco próximos años esa derecha contará con mayoría parlamentaria y será, además, la encargada de la administración gubernamental. Más allá de sus diferencias, conforme a la lectura que esos sectores políticos hacen de estos resultados, la mayor parte de nuestra población habría votado por mantener el modelo económico. Ya lo ha planteado con claridad brutal Carlos Bruce[2], quien dijo que “Con el fujimorismo va a ser más fácil [ponerse de acuerdo], y esperamos que sea más fácil, porque compartimos el mismo punto de vista en ese sentido”. Claro está que el fujimorismo muestra una posición recalcitrante y que indica que los acuerdos a los que lleguen con el gobierno no serán resultado de negociaciones muy sencillas; el panorama político muestra cierto nivel de conflictividad. Sin embargo, se puede ver que todos los recursos y voceros del modelo económico lo defienden, a pesar de sus contradicciones internas; estos cinco años, la derecha política tendrá la oportunidad de mostrar, más allá del discurso gerencial y tecnocrático que maneja, si es una mejor y eficiente administradora del gobierno y del Estado en general.

Por su parte, la izquierda tiene la posibilidad de constituirse en una verdadera alternativa de gobierno, no de simple oposición permanente, con miras al 2021; por ello, en estos cinco años, como señala Marisa Glave[3], toca al Frente Amplio “mantener un trabajo sólido en la bancada [parlamentaria], para que esta sea capaz de colocar temas en la agenda, generar consensos y que sea, al mismo tiempo, una oposición vigilante y fiscalizadora. Vigilaremos el uso de los recursos del Estado”.

El modelo económico: ¿la paz de los muertos?

Al mismo tiempo, desde otra perspectiva, los resultados electorales muestran que el modelo económico y político está cuestionado y, por lo menos, una cuarta parte del electorado nacional, con especial énfasis en el sur andino, además de Cajamarca, viene votando en los últimos procesos electorales de manera consecutiva —y congruente— demandando cambios profundos en la orientación económica, social y política del país, requiriendo una diversificación productiva que quiebre el centralismo económico de las actividades extractivas, que ahoga a las regiones, especialmente las del sur y las del oriente. Es más, incluso en el caso de las regiones, donde el voto mayoritario fue por el fujimorismo, el mensaje que se recogería de este (en palabras de Pablo Quintanilla) es el de una demanda de mayor presencia del Estado (según dicho filósofo, el fujimorismo llegó a todo el país, especialmente lugares muy alejados, con dádivas que le dieron un contenido real a la presencia del Estado).

Ahora bien, la polarización de estas elecciones ha sido mayor incluso a las del 2011 y 2006 y se han dado explicaciones simplistas —y muy agresivas— desde ambos lados del espectro político. Así, por ejemplo, la subida meteórica de la izquierda liderada por Verónika Mendoza fue explicada como producto del “resentimiento” o del voto irracional del “electorado”, especialmente del sur del país. Por su parte, el sólido apoyo al fujimorismo fue explicado desde la vertiente más de izquierda como producto de la “permisividad” con la corrupción o la “falta de educación” del electorado de esas regiones o estratos sociales.

Como puede apreciarse, desde ambas posiciones se ataca el punto de vista de esas “mayorías” del electorado, cuestionándolas por su “incapacidad” o su “falta de educación”. ¿Somos así una democracia?, ¿goza de legitimidad entre nosotros este sistema?, ¿respetamos la democracia?

Como decía en su momento Karl Popper[4], “Desde Platón hasta Karl Marx, y aún después, el problema fundamental ha sido siempre el siguiente: ¿quién debe gobernar un Estado?”. En la democracia, la respuesta general —y falaz, según él mismo— es “el pueblo”. Ahora bien, el mismo Popper señala que la pregunta fundamental a plantearse es ahora “¿cómo tiene que estar constituido el Estado para que los malos gobernantes puedan ser derrocados sin violencia y sin derramamiento de sangre?”. De acuerdo a este pensador liberal, la democracia es lo mejor que se tiene para lograr este último fin. Es decir, lograr que los ciudadanos podamos generar cambios pacíficos y profundos, algo diametralmente opuesto a la paz de los cementerios.

Si bien lo planteado por Popper está pensado más para las democracias bipardistas típicas de los países anglosajones, resulta interesante este concepto que nos permite pensar nuestro país y su democracia desde una perspectiva distinta, toda vez que el “pueblo” castigaría a sus malos gobernantes, más que derrocándolos pacíficamente, impidiendo su retorno al gobierno. Tal es el caso de Alejandro Toledo, de Alan García (en su búsqueda de un tercer mandato) y, recientemente, del fujimorismo, al que el electorado ha impedido volver al gobierno, a pesar de que lo “premió” con una arrolladora mayoría parlamentaria.

Estos resultados son interesantes y deben ser analizados e intentar así comprender un fenómeno electoral tan complejo e imprevisible como el peruano.

Las elecciones peruanas en cifras

Respecto a la primera vuelta de las elecciones generales del 2016, podemos señalar las siguientes cifras: Solamente el 81,80% de electores hábiles participaron en las elecciones, con lo que hubo un ausentismo del 18,20%, casi una quinta parte de los ciudadanos con derecho a voto en el Perú, debiendo considerar, además, que el voto es un derecho que debe ejercerse de manera obligatoria. De los electores que participaron en las elecciones, votaron en blanco o viciaron su voto un total de 18,12% de los electores. Por tanto, el 36,32% de electores en el Perú decidieron, de una forma u otra, no apoyar ninguna de las opciones que participaron del proceso electoral. Cabe preguntarse aquí si esta actitud puede interpretarse como un descontento con la democracia o, incluso, una abierta contrariedad con ella.

Al respecto, debemos mencionar que la crisis de las democracias es un fenómeno global y ya Noam Chomsky[5] lo ha explicado, afirmando que está cayendo “el apoyo a las democracias formales porque no son verdaderas democracias. En Europa, las decisiones se toman en Bruselas. En EEUU, alrededor del 70% de la población —el 70% con ingresos más bajos—- está totalmente desvinculado del proceso político. Eso demuestra que hay una correlación enorme entre nivel económico y educativo y movilización política. No es de extrañar que a la gente no le entusiasme la democracia”. Sin embargo, lo peculiar en nuestro caso, es que esas mayorías (sectores sociales excluidos en el Perú y calificadas despectivamente como “ignorantes”) son justamente las que han generado, con su dinamismo, estos resultados abiertamente contrapuestos, mientras las élites políticas, económicas y sociales, apuestan por el inmovilismo en defensa exclusivamente de sus intereses.

Lo cierto es que los resultados electorales obedecen a la voluntad de solamente el 63,68% de los electores. Cómo piensan los no representados aquí es una interrogante que no pretendo responder, pero que resulta fundamental explorar. Dicho en términos más numéricos, del total de electores peruanos (22 901 954), los votos que se consideraron para la primera vuelta fueron de solamente 15 340 143 electores. De ellos, 6 115 073 ciudadanos (39,86%) dieron su voto a favor de Fuerza Popular; 3 228 661 (21,05%), a favor de Peruanos por el Kambio; y, 2 874 940 (18,74%), a favor del Frente Amplio. Destaco aquí el concepto de ciudadanos y las facultades implícitas a estos de elegir a sus representantes. Un cuestionamiento para con los votantes de Fuerza Popular es que eran, estadísticamente, los que menor nivel educativo tenían. Y a este cuestionamiento se le dio cabida incluso en sectores de izquierda, lo que resulta como un boomerang, toda vez que seguramente si se analiza ese mismo aspecto respecto a los votantes del sur del país que le dieron tan importante representación al Frente Amplio con miras al parlamento 2016-2021, serían también personas con niveles educativos formales menores a los que apoyaron otras opciones. Ahora bien, los electores que apoyaron a PPK serían los de mayor nivel educativo, aunque, en el caso de que se hubiera dado una segunda vuelta entre Fuerza Popular y el Frente Amplio, habrían votado indudable y mayoritariamente, por la primera, bajo el argumento de que tenía que resguardarse el sistema de modelos intervencionistas o de izquierda estatista. ¿Marca el nivel educativo, entonces, una conducta progresista o democrática?

Estos resultados son consecuencia directa del sistema democrático que tenemos y, por tanto, merecen una mirada respetuosa hacia los electores. Es decir, no podemos atribuir a los electores, automáticamente, los defectos o virtudes de los líderes y cúpulas de las organizaciones políticas en pugna; quizá se trata, en efecto, de nuestra propia psicología social. Como dice Francisco Miró Quesada Rada[6], “El cerebro político de los peruanos está partido en dos. Un lado es autoritario, el otro es democrático. Seamos de izquierda o de derecha, tenemos una pugna entre los dos lados y espero que a las finales gane el cerebro democrático”.

Ahora bien, en la segunda vuelta recientemente celebrada, participaron 18 276 818 electores, con lo que hubo un ausentismo de 19,848% (algo de un punto más que en la primera vuelta). En este caso, al 99,561% de actas contabilizadas, la ONPE informa que PPK obtuvo 8 564 472 (50,115%) votos válidos, y Fuerza Popular, 8 530 271 (49,885%). Una diferencia de solo 34 201 votos.

La estrechez de la diferencia de los votos de apoyo a cada una de las candidaturas, más allá del apasionamiento propio del proceso electoral, debe leerse con mucha atención.

¿Uno, dos, muchos Perú?

Los resultados electorales pueden apreciarse desde la vertiente antifujimorista, por lo que las preguntas que podrían formularse serían: ¿la mitad del Perú apoya la política del “roba pero hace obra” o, peor aún, “mata pero hace obra”?, ¿la mitad de nuestros compatriotas apoyan la corrupción y el saqueo de los recursos públicos a cambio de una cierta estabilidad económica?

Si apreciamos los resultados desde la perspectiva de la derecha y nos centramos en el voto del sur andino del Perú, podrían formularse las siguientes preguntas: ¿la mitad del Perú quiere generar una implosión del sistema económico, afectando la estabilidad que se ha logrado?, ¿son los electores verdaderos suicidas que buscan opciones estatistas fracasadas y reniegan de un sistema económico eficiente?, ¿muestran el resentimiento social y racial de esos sectores?

Creo que estas elecciones nos dejan como mensaje central el hastío de la gente con la política y la falta de soluciones a los problemas cotidianos de la gente. Es decir, la gente reniega de la verborrea política, aquella que no plantea y menos desarrolla propuestas de solución eficaces a los problemas del país. Las veces que he podido pernoctar en la isla de Amantani, en el Lago Titicaca, me quedé sorprendido de que son verdaderas islas naturales y habitadas. Y me sorprendió mucho, la primera vez que estuve allá, que sus habitantes contaran en sus domicilios con energía solar. La respuesta que obtuve cuando pregunté cómo así era posible, fue unánime: el ingeniero Fujimori. Vuelvo a Pablo Quintanilla: el ex presidente es percibido en muchos casos como una suerte de Robin Hood, toda vez que llegaba a lugares inhóspitos y dejaba una señal de esa presencia; no importa, en el imaginario social, si esas “obras” son solamente dádivas en comparación de los 6 mil millones de dólares que desaparecieron por la corrupción de su gobierno.

Y es que el Estado es percibido no solo como ausente, sino como un ente opresor que restringe la libertad de la gente, con un aparato represivo, o que la exprime económicamente. Por tanto, si el Estado llega y no con las manos vacías, ese es un quiebre en lo que normalmente espera la gente. Es decir, si el Estado llega normalmente personificado en la policía, en un juez, en la SUNAT, pero nunca para defender a las personas, entonces basta que esta regla se quiebre una vez para que esto perdure en el recuerdo de la población. Como escribe Santiago Pedraglio[7], “¿Por qué votaste por Keiko Fujimori?, le pregunté a un amigo al que no veía en cierto tiempo. ‘Porque estoy agradecido por la luz y el agua que puso en mi pueblo. Además, nos ayudó con tractores y maquinaria’, me respondió”. Comprender esa lógica realista permitirá “entender y no satanizar a quienes votaron por [Keiko Fujimori]». Desde otra perspectiva, Paulo Drinot[8] dice que el gran reto para las ciencias sociales “es entender el fujimorismo. No hemos hecho el esfuerzo de estudiarlo y es un gran error porque no hemos podido explicar el fenómeno en estas elecciones y en el transcurso de los últimos 20 años. Está claro que el modelo del clientelismo tradicional no es suficiente para generar ese voto”.

Por tanto, las consideraciones de la gente al ejercer su derecho al voto no pueden calificarse de manera simplista, más aun en un contexto en el que la democracia es cuestionada por su ineficacia para lograr soluciones efectivas para los problemas de la gente. De ahí que resulte esencial que la izquierda, más allá de ejercer un rol de oposición, replantee su postura para hacerse el vigía, el centinela que exija al gobierno de PPK el cumplimiento de los acuerdos que celebró para lograr el apoyo de organizaciones y movimientos sociales. Esto sin perder de vista la necesidad de consolidarse como organización política moderna para lograr ser una alternativa de gobierno real, máxime cuando, siguiendo a Gramsci, debería entender que democracia implica también la necesidad de reflexionar a partir de la realidad social concreta (la nuestra), de las propias conductas de nuestra sociedad y los diversos grupos que la conforman, para construir —desde esa realidad— nuevas posibilidades para el ser humano.


[1] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/jWjWLm

[2] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/1MXA18

[3] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/Zz7BhZ

[4] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/Ut9DzV

[5] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/MJ73lK

[6] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/eSqJtB),

[7] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/OdXozm

[8] Para mayor información, revisar: http://goo.gl/L58kBK

Derik Latorre Boza
Abogado egresado y titulado por la Pontificia Universidad Católica del Perú, especializado en contrataciones públicas, derecho de la construcción y arbitraje. Actualmente es socio del Estudio Juárez & Hospinal S. Civil de R. L, árbitro en el Registro de Árbitros del OSCE, árbitro, y conciliador en el Centro de Resolución y Análisis de Conflictos de la PUCP. Ha sido Superintendente Nacional de la Superintendencia Nacional de Servicios de Seguridad, Armas, Municiones y Explosivos de Uso Civil (SUCAMEC), así como Presidente y Vocal del Tribunal de Contrataciones del Estado.