Machismo y Feminismo en el Perú urbano del 2019

Con mucha preocupación puede notarse en los medios de comunicación y en muchas personas de Lima y otras ciudades del Perú un debate exaltado sobre el machismo y el feminismo: un grupo defiende el estatus quo de las actuales relaciones humanas donde el hombre predomina, y otro grupo defiende un nuevo estatus quo de relaciones humanas donde la mujer emerja en condiciones de igualdad o de prioridad. El debate produce una gran preocupación porque su contenido sensible puede devenir en violento sin posibilidad de un control inmediato.

Los feminicidios, los maltratos físicos y las violaciones sexuales, ocurridos a diario, son actos humanos cruentos que se suman a ese debate. Como consecuencia de estos hechos, los hombres aparecemos como violentos, inhumanos, agresores, asesinos y, en general, “malos” contra las mujeres.

Pero estos últimos son casos particulares que involucran (con mucho dolor) a un grupo de hombres y de mujeres. No se puede generalizar su autoría a todos los hombres. Son casos que, para su resolución, requieren de investigaciones interdisciplinarias profundas y propuestas de políticas públicas efectivas, con participación de toda la sociedad.

El debate entre machismo y feminismo que planteamos al inicio es más común o cotidiano.

Partimos de una premisa desagradable: todos los hombres hemos tenido una formación machista. Históricamente nuestros padres y madres y la sociedad nos han formado machistas. Sin embargo, hay muchos tipos de machismos. Así, generacionalmente podemos distinguir al menos dos tipos de machismo en el Perú urbano de los últimos años.

De un lado, está presente el grupo de hombres machistas que nacimos en los años 50s, 60s y 70s. Fuimos formados con un machismo que tuvo como centro a una mujer: nuestra madre. El padre importó en la formación, pero nunca más o mejor que la madre. Es la madre quien nos enseñó a comer, a caminar, a leer y nos protegió de los peligros, y es ella la que nos transmitió la idea de moral y los estereotipos de hombre y mujer.  En las escuelas y colegios se sumaron como referencia las y los profesores, pero nunca en el nivel y grandeza de nuestra madre.

De otro lado, se presenta el grupo de hombres machistas nacidos en los años 80s, 90s y 2000s. Ellos tuvieron un cambio en su formación machista porque sus madres, quienes serían las esposas de los hombres de la generación de los 50s, 60s y 70s, empezaron a trabajar fuera de casa y ya no tenían tiempo para formar con exclusividad a sus hijos e hijas. El machismo de esta generación se desarrolló recurriendo a otros referentes además de la madre: el padre, los abuelos y/o abuelas, la empleada doméstica, la escuela, la televisión y últimamente el Internet. El machismo de esta generación no tiene un referente definido en su origen.

El producto machista de estas dos generaciones es la que orienta la confrontación de las mujeres y, más específicamente, del feminismo de hoy. ¿Cómo enfrentar estos tipos de machismo?

Desde el feminismo se tiene muchas alternativas. Una de ellas es la exigencia del cumplimiento de la cuota de género con igualdad o proporcionalidad en todo acto o institución donde concurra la toma de decisiones. Otra es la denuncia pública de aquellos actos o medidas que afectan a las mujeres en sus derechos o en su ser, como son los actos de hostigamiento sexual en el trabajo, en el hogar, en los centros de estudios o en la vida cotidiana.

Sin embargo, siempre caben interrogantes. ¿Alcanzan estas medidas a comprender y transformar la formación machista adquirida al menos en las dos generaciones previas?

Lamentablemente, la respuesta no es necesariamente positiva. Las alternativas feministas abordan los efectos del problema pero no sus causas. El machismo descrito generacionalmente tiene causas de naturaleza cultural, diferentes a las causas sociales y económicas.  Se trata de causas donde la presencia o ausencia de las madres jugó o pudo jugar un papel importante en la formación de las generaciones antes descritas.

Tras estas limitaciones, cabe seguir reflexionando alternativas para contribuir en la resolución del problema. Sumamos 4 sugerencias:

  1. Enfrentar el machismo en su causa cultural supone cambiar patrones de conducta históricamente arraigados. Para ello se puede aplicar el derecho con un rol educativo, entendiéndolo como el uso de normas, principios y procedimientos en un proceso gradual de cambios y en forma planificada.
  1. Identificar tanto en los hombres como en las mujeres a sus principales responsables. Ambos estamos llamados a participar en las tareas y compromisos de transformación.
  1. Estudiar los diferentes tipos de machismo de nuestro país. A los dos tipos generacionales antes descritos, debemos sumar los tipos de machismos rurales, por regiones y de acuerdo a grupos culturales diferentes e identidades sexuales diferentes.
  1. Tener en cuenta que ningún ser humano es perfecto, y que, más bien, algunos hombres solo somos menos perfectos o imperfectos que otros (en el mismo sentido ocurre con las mujeres). Por ello, las medidas, las infracciones y los castigos deben repensarse en términos flexibles y múltiples. Castigos desproporcionados podrían generar efectos adversos como resistencia al cambio, sensaciones de injusticias o complejidad del conflicto.

 

Antonio Peña Jumpa
Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Abogado, Magister en Ciencias Sociales y PhD. in Laws. El autor agradece los comentarios de Imelda Campos Ferreyra.