Lo que no es bueno para la democracia no es bueno para las mujeres

Luego de celebrar un año más de independencia republicana, es preciso recordar cuánto nos costó a los peruanos y peruanas vivir en democracia. A propósito, todas y todos sabemos que el 5 de abril de 1992 es conocido como el día en que empezó una nueva dictadura en nuestro país, esto debido a que, de manera antidemocrática y con el apoyo de las Fuerzas Armadas, Alberto Fujimori disolvió el Congreso de la República, intervino el Poder Judicial, persiguió a sus opositores, entre otras medidas análogas.  Este quiebre de la democracia generó un terreno fértil para futuras violaciones a derechos humanos, legitimadas por el contexto político convulsionado y la lucha contra los grupos subversivos.

Aunado a este contexto, el machismo jugó también un papel importante. No solo se generó un ambiente propicio para el recorte de derechos y libertades generalizado, también se permitió la vulneración de derechos humanos de mujeres, naturalizada e invisibilizada por la cultura machista peruana que nos gobierna desde siempre de manera tirana. El impacto del quiebre de la democracia afectó tanto a hombres y mujeres, pero, y aquí reside la gran diferencia, cuando las violaciones a derechos eran dirigidas hacia mujeres, no se les dio la importancia que merecían, sino que pasaron desapercibidas, a conveniencia de los perpetradores.

Para muestra un botón: un numeroso sector de la población sigue creyendo que las mujeres víctimas de esterilizaciones forzadas durante el gobierno de Fujimori mienten, que no pasó, que es un invento de las organizaciones de la sociedad civil para lucrar, que están exagerando. Otro sector cree que las mujeres esterilizadas se lo merecían pues tenían muchos hijos y poca planificación familiar. Y hay otro sector que apuesta por la búsqueda de justicia para las víctimas. Ahí también podemos ubicar a las mismas víctimas que vienen, poco a poco, siendo escuchadas, luego de estar en la sombra, despojadas del poder sobre sus propios cuerpos y libertades.

Los cuestionamientos y poca credibilidad con la que cuentan las víctimas de esterilizaciones en nuestra muy machista sociedad responden a una lógica: en el Perú no les creemos a las mujeres porque no nos conviene hacerlo. Cuestionarnos el porqué de las violaciones a los derechos humanos y su búsqueda de justicia atraviesan por un camino con mayores obstáculos, pocas garantías y estigmatización, nos llevaría a cuestionarnos también por qué hasta julio del 2019 tenemos registrados 96 feminicidios, por qué hay niñas de 12 años obligadas a llevar embarazos producto de violaciones sexuales, por qué se sigue creyendo que una mujer que ha sido abusada sexualmente tiene la culpa, por qué el acoso sexual es el “pan de cada día”, por qué existe una relación tan estrecha entre el despojo de la democracia y el mantenimiento de una estructura de violencia generalizada hacia las mujeres. Y esas son preguntas que nadie quiere responder.

El sistema de justicia, tanto nacional como internacional, es el reflejo de la cultura machista que nos gobierna, y por ello repite los mismos patrones de naturalización de la violencia. Esta proyección del patriarcado en la justicia genera impunidad, distorsión en la búsqueda de verdad y la construcción de una memoria nacional en la que las mujeres no son los personajes principales. No es casualidad que en la justicia nacional pasaron más de 20 años para que los responsables de la política de esterilizaciones sean denunciados y que se disponga la judicialización de los casos. Frente a ello, en el sistema internacional, hace unos meses y luego de casi 10 años desde su presentación, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) admitió a trámite el segundo caso de una mujer peruana esterilizada, lo cual abre la posibilidad de que exista una sentencia de la propia Corte IDH que disponga la búsqueda de justicia y reparaciones, a pesar de que existe también el riesgo de dilación del proceso y el inicio de otra larga espera. Ojalá que esto sea solo un augurio pesimista y que luego del despojo de la democracia, esta se restituya, y que, a partir de ahora, solo seamos despojados del machismo. Al fin y al cabo, lo que no es bueno para la democracia, como hemos visto, tampoco es bueno para las mujeres.


Fuente de la imagen: https://elcomercio.pe/eldominical/accion-noticia-501563

Andrea Carrasco Gil
Abogada con mención sobresaliente por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y estudiante de la Maestría en Derecho con mención en Política Jurisdiccional de la misma casa de estudios. Miembro del Área Académica y de Investigaciones del Instituto de Democracia y Derechos Humanos (IDEHPUCP). Se ha desempeñado como asistente en organizaciones que trabajan por erradicar la violencia basada en el género y brindar apoyo legal a personas en situación de vulnerabilidad. Entre sus temas de interés se encuentran los derechos humanos, el género como categoría de análisis jurídico y reformas del sistema judicial.